venerdì 13 ottobre 2017

Make it rain

de/di Pablo Cerezal
(trad. Marcela Filippi)


Abril inició su andadura con una promesa de primavera desordenándole los labios. Los días vertían licor de luz y las calles de Madrid ya olían a espuma de cerveza, las terrazas de los bares dispuestas y preparadas a saciar la sed ciudadana. Pero resulta que abril se ha desarrollado al margen de mis (nuestras) apetencias, y un incómodo mohín de tormenta ruborizó su semblante.
De nuevo cerrar las ventanas. Apoyar la frente en ellas, para contemplar la lluvia, afuera. Igual la ventana de los días, aún cerrada a tu caricia, tu sonrisa y tu deseo, que surcan la memoria como las nubes, hoy, este cielo de plomiza ausencia.“Pero la ventana, decía...” Apoyo mi frente en su cristal, y el vaho me permite dibujar, con las manecillas del reloj que construyo entre mis manos, algo parecido al corazón de un niño. Llegó la primavera con su aspaviento de color y brotes tiernos. Lienzo inútil, por lo repetitivo. Y ahora, abril, que no entiende de cromatismos, la emborrona de lluvia. Llueve, hoy, en Madrid. Y yo me asomo a la ventana, por ver si de repente llegas, de nuevo, por detrás, a sostener el arpegio de tabaco rubio de tus dedos en el pentagrama erróneo y negro de mi cintura. Llueve, hoy, en Madrid. Y, mientras mi piel se envenena de tu ausencia, la casa se infecta de Tom Waits y su poesía de taberna caduca.
Suena Tom Waits. Su voz de promesa quebrada inaugura el lodazal en que se suicidan mis recuerdos.
Make it rain, aúlla el genio de Pomona, y pienso en dichos populares: ya ha llovido desde entonces, 19 de abril de 2008, Teatro degli Arcimboldi, cuando tú aún no existías, 8 años ya. Sí, en Milán, excesos del exceso de sueldo y tiempo libre que me permitieron excederme en aquel teatro italiano, vibrando con cada uno de los acordes en que enredaba su lírica ebria un cantante que decidió entonar como si nunca hubiese tenido voz, como si acabase de ver la luz tras abandonar una platónica caverna. Tom Waits decidía visitar Europa, en 2008, al albur de constelaciones y papel moneda, y yo soltaba el mío para asistir anonadado a su teatro de sombras. Decidí marchar a Milán, para ver a Tom Waits y, de paso, embriagarme de Navigli, aperitivi, albahaca y Campari, vino barato y hachís, todo preparado para el gran recital, un par de caladas más antes de entrar al teatro, unos cuantos tragos extra, no había sustancia que me fuese vedada cuando me disponía a embriagarme de la sustancia que, quebrada, brota de la voz caverna de Tom Waits para recordarnos que, a la salida, seguro, quedará alguna cantina abierta, cerca, en cualquier lugar, al albur de cualquier esquina enmarcada en orín de gato y vómito de mal de amores.
Recuerdo mucho de aquel concierto. Pero recuerdo, especialmente, aquel tema, Make it rain, y cómo, sobre el escenario, una lluvia de confetti dorado coreografió los espasmos neandertales del cantante estadounidense. Y su voz de fin del mundo, lamentando la pérdida del aquel mundo que fue hasta que ella decidió salir de su vida. Nada más. Otra canción de amor. Sólo eso.
Caminé, después, hacia el hostal, entre exclamaciones italianas (ya saben: mamma mias, aspavientos, ¿capiscis? y toda la parafernalia latina que tan torpemente, aún, seguimos intentando imitar los hispanos), apurando un nuevo porro, pretendiendo adivinar por qué el cantante reclamaba la lluvia, como quien reclama el tiro de gracia, para olvidar a la amada que ya no. Después, años después, llegaste tú, y comprendí que tal vez eso pretendía Waits en su canción: congregar tormentas y estaciones que humedezcan y hagan fluido el paso de los años. Que se sucedan las tormentas y las estaciones. Que el tiempo pase para desordenar el recuerdo de lo que fue y ya no.
Hoy, Madrid, lluvia, subo el volumen y grito: make it rain! Llueve en Madrid, y este loco suicidio de gotas que entristece mi ventana contiene el sabor de un beso, aunque hoy sólo sea metáfora de los que suicidaste tú, valiente y eterna, contra el vidrio de mis labios. Porque en cada gota de lluvia anida la gota de deseo que humedecía tus labios cuando los postrabas ante mí. Y recuerdo, ¡ay!, cómo llovía tu vientre entre mis dedos, antes de hacerlo entre mis labios, cómo naufragaba en tu tormenta el salmón inconsciente de mi lengua, cada vez que te agotaba y me agotaba, a tus pies, desnudo de ropa y mortalidad, vestido únicamente con la seda niña de tu piel de latido y siempre.Llueve en Madrid. Abril ha vuelto a equivocarse. O, al contrario, sólo ha cumplido a rajatabla las normas no escritas de los refranes, en abril aguas mil, y cuestiones del estilo. El caso es que Madrid se moja y mis dedos están secos por más que buscan la humedad de aquella lluvia que me regalabas para hacerme comprender por qué gritaba cada vez que escuchaba a Tom Waits cantando Make it rain.
Hoy dudo si aquellas lluvias provocaron besos o sólo metáforas. Las cerraduras me miran con sarcasmo. Por eso prefiero darles la espalda, y asomarme a la ventana recordando que las obstruías con candados de juguete, para acercarte hasta mí y besarme, segura de que nadie abriría la puerta de aquella habitación. Tampoco la de este futuro que es ya, y que no habitamos juntos. Yo no te lo dije nunca, pero ahora sé que te cantaba, descosidos mis labios por el punzón de los tuyos: make it rain!


Aprile ha iniziato la sua andatura con una sorpresa di primavera mettendole in disordine le labbra. I giorni rovesciavano liquore di luce e le strade di Madrid avevano già odore di schiuma di birra, le terrazze dei bar disposte e pronte a saziare la sete cittadina. Ma risulta che aprile ha proceduto fuori dai miei (nostri) desideri e una smorfia di bufera arrossì la sua espressione.
Chiudere le finestre di nuovo. Appoggiare la fronte su di esse, per contemplare la pioggia, fuori. Così la finestra dei giorni, ancora chiusa alla tua carezza, al tuo sorriso, e al tuo desiderio, che solcano la memoria come le nuvole, oggi, questo cielo di plumbea assenza. “Ma la finestra diceva... “ Appoggio la mia fronte sul suo cristallo, e il vapore mi consente di disegnare, con le lancette dell’orologio che costruisco tra le mie mani, qualcosa che somiglia al cuore di un bambino.
E’ arrivata la primavera con la sua scena di colore e teneri germogli. Tela inutile, in quanto ripetitiva. E ora, aprile, che non capisce di cromatismi, la imbratta di pioggia. Piove, oggi, a Madrid. E mi sporgo alla finestra, per vedere se all’improvviso arrivi, di nuovo, da dietro per sostenere l’arpeggio di tabacco biondo delle tue dita nel pentagramma erroneo e nero della mia vita. Piove, oggi, a Madrid. E, mentre, la mia pelle si avvelena della tua assenza, la casa si infetta di Tom Waits e della sua poesia di taverna caduca.
Suona Tom Waits. La sua voce di promessa spezzata inaugura la fangaia dove si suicidano i miei ricordi.
Make it rain, ulula il genio di Pomona, e penso a detti popolari: ha piovuto già da allora, 19 aprile del 2008, Teatro degli Arcimboldi, quando tu ancora non esistevi, 8 anni fa. Sì, a Milano, eccessi dell’eccesso di retribuzione e tempo libero che mi hanno permesso di esagerare in quel teatro italiano, vibrando con ogni accordo con cui aggrovigliava la sua lirica ebbra un cantante che decide di intonare come se non avesse avuto mai voce, come se avesse appena visto la luce dopo aver lasciato una caverna platonica. Tom Waits decise di visitare l’Europa, nel 2008, a rischio di costellazioni e carta moneta, e io sganciavo la mia per assistere sconvolto al suo teatro di ombre. Decisi di andare a Milano, per vedere Tom Waits e, di passaggio, ubriacarmi di navigli, aperitivi, basilico e Campari, vino economico e hashish, tutto preparato per il grande recital, un paio di tirate ancora prima di entrare nel teatro, alcuni bicchieri extra; non c’era sostanza che mi fosse vietata quando mi disponevo ad ubriacarmi della sostanza che, spezzata, germoglia dalla voce-caverna di Tom Waits per ricordarci che sicuramente all’uscita, resterà aperta qualche cantina, in qualche posto, all’angolo incorniciato da urine di gatto e vomito di mal di amori.
Ricordo molto di quel concerto. Ma specialmente ricordo quel tema, Make it rain, e, come sullo scenario, una pioggia di coriandoli dorata coreografò gli spasmi da neandertal del cantante statunitense. E la sua voce da fine del mondo, lamentando la perdita di quel mondo che fu fino a quando lei, decise di uscire dalla sua vita. Niente di più. Un’altra canzone d’amore. Solo quello.
Camminai dopo, fino all’ostello, tra esclamazioni italiane (si sa:mamma mia, smancerie, capisci? e tutti i parafernali latini che tanto goffamente, continuiamo noi ispanici a voler imitare), sbrigando un altro spinello, cercando di indovinare perché il cantante reclamava la pioggia, come chi grida chiedendo il colpo di grazia, per dimenticare l’amata che non è più. Dopo, anni dopo, sei arrivata tu, e ho compreso, che forse era quello che pretendeva Waits nella sua canzone:congregare tormente e stagioni che inumidiscano e rendano fluido il corso degli anni. Che si susseguano le tormente e le stagioni. Che il tempo passi per mettere in disordine il ricordo di ciò che fu e ora non più.
Oggi, Madrid, pioggia, alzo il volume e grido: Make it rain!
Piove a Madrid, e questo folle suicidio di gocce che immalinconisce la mia finestra, contiene il sapore di un bacio, anche se oggi è solo una metafora di quelli che tu hai suicidato, coraggiosa ed eterna, contro il vetro delle mie labbra quando li prostravi davanti a me. E ricordo, ahimè, come pioveva il tuo ventre tra le mie dita, prima di farlo tra le mie labbra, come naufragava nella tua tormenta il salmone incosciente della mia lingua, ogni volta che ti sfiniva e che mi sfiniva ai tuoi piedi, nudo di vestiti e di mortalità, vestito unicamente con la seta della tua pelle bambina di fremito, e sempre.
Piove a Madrid. Aprile si è sbagliato di nuovo. O, al contrario, ha seguito rigorosamente le norme non scritte dei proverbi: ad aprile acqua a catinelle e cose del genere. Il fatto è che Madrid si è bagnata e le mie dita sono asciutte per quanto cerchino l’umidità di quella pioggia che mi regalavi per farmi capire perché gridavo ogni volta che ascoltavo Tom Waits cantare Make it rain.
Oggi dubito se quelle piogge ispirarono baci o solo metafore. Le serrature mi guardano con sarcasmo. Ecco perché preferisco dar loro le spalle e affacciarmi alla finestra ricordando che le ostruivi con lucchetti giocattolo, per avvicinarti a me e baciarmi, sicura che nessuno avrebbe aperto la porta di quella stanza. Nemmeno, quella di questo futuro che lo è già, e che non viviamo insieme. Io non te l’ho detto mai, ma ora so che ti cantavo, scucite le mie labbra dal punzone delle tue: make it rain!

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